El abrazo en el tango. Existe entre los bailarines un espacio magnético, generado en medio del abrazo. Ese espacio está lleno de contenido y significado que es aportado por ambos, creando así una intimidad que encierra el abrazo impenetrable para los que están afuera. A este espacio se le llama "campo magnético" porque es algo virtual, imaginario, no existe una distancia exacta entre un cuerpo y el otro, así como tampoco una sola forma de abrazar en el Tango. Lo importante es que los cuerpos puedan estar unidos y crear cierta complicidad entre los dos. Me interesa analizar el abrazo porque es la forma en que los cuerpos se unen y permiten la conexión entre los sujetos que bailan. “La pareja en su abrazo y su andar aletargado nos oculta algo bien íntimo, (un espacio reflexivo de la psique), pero desde otra perspectiva se nos ofrece como algo a ser mostrado y notado por un espectador”- dice Lavalle Cobo.
El tango tiene una especie de efecto introspectivo, un viaje a nuestro interior en esa búsqueda de la identidad incierta, en el que todos somos inmigrantes de nosotros mismos. En el abrazo nos encontramos una y otra vez, nos resignificamos en cada encuentro. Las mujeres se sienten contenidas ante el abrazo envolvente del hombre. El abrazo en el hombre reafirma su masculinidad de manera tierna, sensible, circundante y al mismo tiempo ofrece seguridad a la mujer en la conducción.
El baile de tango está bien logrado si al mirar cómo se mueve una pareja el observador percibe una sola unidad y no dos partes separadas. En eso consiste justamente la esencia del tango, en la fusión de los cuerpos. No hay mejor frase que la de Sonia Abadi en este libro recién mencionado, donde caracteriza de manera muy gráfica eso que una pareja de tango despierta en el observador: Animal de dos cabezas, un solo cuerpo y cuatro patas. Ser mitológico mitad hombre y mitad mujer. Monstruo que se abraza a sí mismo. Entrevero de piernas que se esquivan y se rozan. Mosaico de piel morena con piel clara, piernas vestidas y desnudas, brazos fuertes y brazos frágiles.
En una milonga, el primer encuentro es el de la mirada, eso quizás prosiga en acordar bailar juntos, para luego reencontrarse finalmente en el abrazo, donde otros sentidos se ponen en juego. En la danza del tango hay una búsqueda del contacto con el otro. No sólo física, también interior. Cada sujeto se afirma como ser humano, moldeando su identidad y su razón de ser en ese encuentro con el sexo opuesto, donde existe cierto respeto y reconocimiento. El abrazo es un espacio de mutua reciprocidad, que se comparte y nunca se invade.
“El abrazo, el contacto físico se esfuerzan por conjurar la imposibilidad del decir…el contacto piel a piel da un respiro en medio del sufrimiento, un eventual apoyo para rechazarlo…el individuo desgarrado encuentra brazos que atenúan su abandono… le permite al sujeto construirse un envoltorio tranquilizador en la prolongación del cuerpo de los demás”.
Actualmente, en las milongas argentinas, a partir del diálogo con la gente se puede ver cómo muchos milongueros asisten a estos lugares con el fin del encuentro con el otro. Algunos van a buscar pareja, otros amistad o simplemente una contención a través del abrazo.
El tango tiene una especie de efecto introspectivo, un viaje a nuestro interior en esa búsqueda de la identidad incierta, en el que todos somos inmigrantes de nosotros mismos. En el abrazo nos encontramos una y otra vez, nos resignificamos en cada encuentro. Las mujeres se sienten contenidas ante el abrazo envolvente del hombre. El abrazo en el hombre reafirma su masculinidad de manera tierna, sensible, circundante y al mismo tiempo ofrece seguridad a la mujer en la conducción.
El baile de tango está bien logrado si al mirar cómo se mueve una pareja el observador percibe una sola unidad y no dos partes separadas. En eso consiste justamente la esencia del tango, en la fusión de los cuerpos. No hay mejor frase que la de Sonia Abadi en este libro recién mencionado, donde caracteriza de manera muy gráfica eso que una pareja de tango despierta en el observador: Animal de dos cabezas, un solo cuerpo y cuatro patas. Ser mitológico mitad hombre y mitad mujer. Monstruo que se abraza a sí mismo. Entrevero de piernas que se esquivan y se rozan. Mosaico de piel morena con piel clara, piernas vestidas y desnudas, brazos fuertes y brazos frágiles.
En una milonga, el primer encuentro es el de la mirada, eso quizás prosiga en acordar bailar juntos, para luego reencontrarse finalmente en el abrazo, donde otros sentidos se ponen en juego. En la danza del tango hay una búsqueda del contacto con el otro. No sólo física, también interior. Cada sujeto se afirma como ser humano, moldeando su identidad y su razón de ser en ese encuentro con el sexo opuesto, donde existe cierto respeto y reconocimiento. El abrazo es un espacio de mutua reciprocidad, que se comparte y nunca se invade.
“El abrazo, el contacto físico se esfuerzan por conjurar la imposibilidad del decir…el contacto piel a piel da un respiro en medio del sufrimiento, un eventual apoyo para rechazarlo…el individuo desgarrado encuentra brazos que atenúan su abandono… le permite al sujeto construirse un envoltorio tranquilizador en la prolongación del cuerpo de los demás”.
Actualmente, en las milongas argentinas, a partir del diálogo con la gente se puede ver cómo muchos milongueros asisten a estos lugares con el fin del encuentro con el otro. Algunos van a buscar pareja, otros amistad o simplemente una contención a través del abrazo.
Literatura consultada:
4- Sonia Abadi, "El bazar de los abrazos, crónicas
milongyeras", Ediciones Lumiere, Buenos Aires, 2005
5- David Le Breton, "El Sabor del Mundo, una
antopología de los sentidos", Buenos Aires, Nueva visión, 2007, Pág. 198
Tomado del blog:
"http://tangoinvestiga.blogspot.com"
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